miércoles, 25 de mayo de 2011

Democracia pervertida. Ingenuos, escépticos, hartos, vivos.


Escribo esta nota sin pretensión. No la voy a corregir, ni si quiera las faltas. Más que escribir estoy hablando y es normal que aparezcan los errores. Pero voy a decir lo que pienso, todo obviedades, simples y llanas. Aunque me entren ganas, no escribiré hegeliano, ni posmoderno, ni hijo de puta (aunque haya que decirlo más). Las obscenidades, de uno y otro signo, las evitaré. Porque estoy convencido de que enturbian y casi siempre sirven para demostrar únicamente que uno es sabio, o audaz, o que se cree sabio y audaz. Y yo no soy ni sabio ni audaz. Sólo soy un escéptico. Disculpadme. Es un mecanismo de defensa elaborado por una convicción madurada durante años. Debemos reconocerlo: El capitalismo ha ganado. Está muy bien hecho. No para hacer que el ser humano viva cada vez mejor -que es lo que debe hacer un modelo social elegido por el ser humano- sino para subsistir. Para seguir vivo. Más que un modelo social, es un animal, un ente con vida. O un robot inteligente, una especie de Hal 9.000. Un modelo social que, básicamente, está diseñado para que unos pocos vivan de puta madre y otros mal o muy mal, y cuya mayor virtud reside precisamente en esconder ese objetivo tras otro que está hecho de humo: dotar de libertad a los individuos. ¿Libertad? Y una polla (perdón, pero esto forma parte de mi dialecto: soy de Granada). No es de extrañar que en esta época de esplendor capitalista hayan florecido de una forma tan vehemente la ironía y el cinismo. Son herramientas de su Arte del despiste, su mejor baza, su mejor arma. Donde ha quedado varada la reflexión ideológica, ya inexistente. Juegos de la inteligencia destinada a malcomprendernos, a potenciar el ingenio -lo que parece en principio una virtud de lo humano-, pero que nos ahogan y ponen sobre la mesa el tablero de juego de la autodestrucción.

Cuando echamos un vistazo a la historia observamos que lo que en apariencia ha ido mutando a lo largo de los siglos ha sido la alienación. Había menos en el feudalismo que en esclavismo, y menos en el capitalismo que en el primero. Las cadenas se han ido aflojando. Supuestamente iba a llegar el socialismo para despojar los últimos reductos de alienación, pero fracasó. Tras la globalización del capitalismo, el modelo social se afiló los dientes y dio unos pasos atrás en la historia. Apretó de nuevo las cadenas, pero lo hizo aparentando que las aflojaba. He aquí su gran victoria, basada en la prestidigitación, basada, cómo no, en el espectáculo. Si esto que vivimos es el fin de la historia, la descripción de la historia no sería la de un camino progresivo hacia la igualdad, sino la de un camino progresivo hacia la sofisticación de la desigualdad. Lo importante no ha resultado ser la idea de limar las diferencias entre unos y otros, sino la idea de mantenerlas mientras se fingía que se diluían. (Inteligentes estos bastardos ¿verdad? Bueno, sólo astutos). Eso es lo que ha ido aprendiendo y perfeccionando el sistema, a torearnos cada vez mejor. Al fin y al cabo es un sistema repleto de vendedores de motos. Se basa en eso. ¿Cómo todo ello no iba ser una gran moto de mierda que no funciona y que no necesitamos? Para perpetrar el gran engaño hacía falta vestir todo de modernidad, manipular a la clase media desde la televisión y el espectáculo y venderle la filosofía del consumo para volver a convertirlo en esclavo. Eso no ha sido difícil. De la mano de la publicidad, la clase media ha estado atenta durante décadas a la zanahoria de clase alta que nos ponían delante de las narices. Un Mercedes como punto de llegada, eso es el ser humano. El mismo que hace unos siglos inventaba el teatro, la astronomía y la escultura ahora sólo quiere un Mercedes. Y que lo vean con él por su pueblo. He aquí el objetivo del nuevo ser humano. Y mientras tanto se le hace creer que es libre, que la zanahoria no existe, y que, además, elege a quien vota. Pero ¿A quién vota? A un cazique o a otro. Al que mejor le caiga. O al que menos odie. Porque otra cosa no puede. El modelo no se vota. Es algo religioso. Intocable. Estamos ante un fascismo capitalista vestido con un disfraz de democracia pervertida: sí, el fin de la historia. O el fin del mundo. Ya lo decían los Mayas.

Hay que reconocerlo. Han ganado. Son unos cínicos y nosotros unos pardillos. El capitalismo gana siempre. Soy un escéptico, pero con sentido: si digo todo esto es por la necesidad de tener en cuenta las veces que hemos sido engañados, y hasta convencidos. ¿Qué hacer ahora? Somos menos que ellos y ellos son la libertad, la democracia. Qué fácil les va a resultar mandarnos policías para defender la democracia, eso que tanto ha costado conseguir ¡oh!

El capitalismo tiene una bandera, la de la libertad. Lo permite todo. Todas las ideologías tienen cabida, al capitalismo le gustan todas. Pero no es así. Le gustan todas porque a todas puede sacarles rendimiento. En el momento en que una ideología entra en su juego -en este caso, el terreno de juego de la democracia, que el mismo capital ha pervertido-, deja de ser la ideología que era para ser parte de la ideología del capitalismo. ¿Sólo vemos nosotros la bolita y la rapidez con que mueven los vasos? Sólo hay una forma permanecer y es haciendo que los demás vean la bolita y el juego de vasos sobre la mesa. No tanto -por ahora- propuestas concretas, como hacer que los que piensan como nosotros logren saber que piensan como nosotros. Porque son millones y están aún agazapados. Las propuestas de las asambleas están bien, pero son insuficientes, y además, empiezan a verse raras después de las elecciones. ¿Qué hacen esos todavía allí? Los debates de Radio Banquete me hacen empezar a ser un optimista. La asamblea debe ir a los barrios ya. Pero es aún más importante abrir los ojos de la gente que son nosotros y aún dudan. Pero ¿Cómo se hace eso? No tengo ni idea. Yo no he necesitado nada para hacerlo. Sólo mirar. Vamos a exponerlo con sencillez. He aquí el juego: si no eres demócrata no juegas, dicen. Y si eres demócrata, juegas. Y si juegas, éstas son las reglas: capitalismo puro y duro. No, eso no me gusta, dices tú. Pues eso no se puede cambiar. ¿Juegas o no? Así no, dices. Entoces debes ser una especie de fascista, un intransigente, dicen. Claro que soy un intransigente. La transigencia es el poder del capitalismo, que se ha ido asentando poco a poco en las conciencias gracias a ese monstruo de lo políticamente correcto, otra de las herramientas que le sirven para subsistir. No alcemos la voz, nos dice. Hablemos, nos dice. Y nos lleva a una esquina y nos escucha durante doscientas mil horas y cuarto, asintiendo como un cura complaciente. Hasta que nos entra sueño y nos vamos, hartos, mandándole a tomar por culo, pero sabiéndonos, una vez más, perdedores. Y él educado, paciente, sonríe mientras suspira la superioridad de su cinismo. ¿Ya está? ¿Esto somos? Si esto es lo que se merece el ser humano, el ser humano es mucho menos de lo que pensábamos. Se ahoga con una cuerda que él mismo lleva en las manos. Menudo gilipollas.

¿Qué vamos a hacer? En las asambleas se escuchan buenas ideas, pero hay mucha gente despistada que coge el micrófono para decir que los niños no pueden pasar hambre, y alzan la voz cuando llegan al final, imitando a los políticos, imitando a Beethoven. Claro que no quiero que los niños pasen hambre, pero esas intervenciones me deprimen tanto… por supuesto que estoy ilusionado también. Quiero dejar de ser un misántropo y un escéptico. Quiero dejarlo ¡ya! Pero el capitalismo es tan cabrón, tan audaz… podemos sucumbir de mil maneras diferentes. Y cuando escucho en la asamblea a alguien que se cree que está en un debate de ética del instituto pidiendo que no haya guerras en el mundo ni hambre infantil pienso que esa, precisamente, es una de ellas.

Pd: He leído el texto, pero no corrijo. Cuando la alergia me deja ir a las asambleas normalmente estoy o estornudando o sonándome los mocos. El olivo en primavera es mi capitalismo particular. Había quien no sabía qué significaba el gesto de alzar la mano con un pañuelo. Era la del escéptico que a la vez es un ingenuo y cree. Así es que no corrijo, aunque haya cosas mal explicadas y repetidas. Sea esta mi humilde intervención espontánea ante el micrófono.

Harold Fuckfield

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